El síndrome (musical) del velocípedo -BCBlog
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El síndrome (musical) del velocípedo

El día en el que me di cuenta que la música de guitarras no era tendencia me sentí como un ciclista del siglo XIX. Con eso no quiero decir que la música de guitarras ahora mismo no interese, pero la verdad es que sí que tengo la impresión que, cada vez que me cuelgo una guitarra o un bajo, se me alarga el bigote, mis pitillos se convierten en bombachos y, bajo mis pies, aparece un velocípedo.

Seguramente me vendrán con comentarios jocosos u honrosas excepciones y es verdad: hay grupos que lo siguen petando. Remarco el “siguen” porque la mayoría de ellos llevan como mínimo diez años dando la brasa y, por lo tanto, su público, diríamos, natural no es precisamente el que luego forma un grupo novel. También es verdad que hay grupos jóvenes de rock, pop y punk analógico, y encima me atrevería a decir que son muy interesantes. Mi angustia no radica exactamente en eso, sino en un problema de continuidad generacional en esta corriente (más allá de si vende más una cosa u la otra) que es de lo que, al final, va eso de las tendencias.

Es un asunto de curiosidad. Supongo que es porque me estoy haciendo mayor, pero ya hace unos años que me estrujo el cerebro intentando entender eso de “la conexión”. Ya sabéis, aunque la mercadotecnia de la industria ayuda, el que un grupo concreto se convierta en “el grupo de tu vida” no es algo que se pueda conseguir con una fórmula matemática. Es una ciencia no exacta que, a alguien que aborrece el fútbol como yo, lo lleva a debates apasionados, con comentarios de carajillero incluidos. Como muchas de mis amistades, me atreví a agarrar una guitarra/bajo y subirme a un escenario, básicamente, porque vi a gente de la generación anterior (Aina/Nueva Vulcano, The Unfinished Sympathy, Delorean…) hacerlo de una manera que me cambió el chip. La barrera entre músico y público, más allá del formalismo ejecutor-oyente, se difuminaba: era gente como nosotros; mayor, sí, pero como nosotros, creando algo que nosotros también podíamos hacer.

Por una vez en la vida, el “si quieres, puedes” dejó de ser una farsa y teníamos el ejemplo delante de nosotros casi cada fin de semana.

Si para la gente de mi generación esto ya era algo que empezaba a sonar carroza en sus tiempos (la palabra “carroza” suena muy carroza también), imaginaos las caras de la mayoría de personas de entre 18 y 21 años con las que he intentado hablar del vínculo público-artista y de la motivación de verte capaz de hacer algo porque ves a alguien como tu hacerlo… En fin, que soy un romántico, no quiero ni pensar en la chapa que daré cuando llegue a los 50

El caso es que, hasta no hace tanto, el “qué” solía ser más importante que el “cómo”. Por una vez en la vida, el “si quieres, puedes” dejó de ser una farsa y teníamos el ejemplo delante de nosotros casi cada fin de semana (en Mallorca y en mis tiempos, hablo de grupos como Take it Easy, Phogo, Doctor Martin Clavo, Dog Day Afternoon, Shenobi o Satellites). Pero no, ningún tiempo pasado fue mejor y tampoco tengo derecho a lamentarme por las tendencias generales de la música en Barcelona, en Mallorca, en nuestro país y en el resto del globo. Precisamente, lo que me despierta más curiosidad ahora mismo es saber con qué y cómo conecta la sangre joven porque, no nos engañemos, la cosa ha cambiado.

Soy consciente que mi generación no ha inventado, precisamente, la sopa de ajo. Como he dicho antes, las generaciones anteriores allanaron mucho el camino, tanto en lo relacionado con los medios como con la ética y el saber hacer. Creo que mucha gente de mi generación, conscientes de ello, empezamos a dar signos de un cierto individualismo (ya no para su grupo, sino para uno mismo) que aporta más bien poco. Aunque sí que en momentos puntuales hemos sido capaces de hacer cosas (y las que nos quedan, por favor), he notado que, por regla general, no tenemos el más mínimo interés en ser pioneros de nada (aunque luego se quede todo en poco más que una derrota que celebrar cada cierto tiempo). Supongo que es porque somos conscientes de que estamos cómodamente instalados en la época del refrito o porque sabemos que, para ser pionero de algo, se tiene que estar dispuesto a pasar hambre y frío.

De repente quien produce la música deja de tener una importancia capital a nivel de puesta en escena, a la vez que se agiliza el proceso de producción/edición y se amplían las herramientas y vías de expresión.

Hace unos días, buscando información sobre la Alesis hr16 (una caja de ritmos de la segunda mitad de los 80, algunos sonidos de la cual estamos utilizando con Polseguera en el estudio de grabación), descubrí un artículo muy interesante donde dejaba un dato que, hasta ahora, me había pasado por alto y que implica un cierto cambio de paradigma que nos lleva a la situación actual. Y es que si durante los 80 la mayoría de canciones que copaban las listas de éxitos estaban llenas de sintetizadores y cajas de ritmos, por contra, la mayoría de grupos que copaban el underground estaban llenos de guitarras y amplificadores antiguos. A parte de la típica acción-reacción tanto estética como de contenido, existe una causa mucho más banal para este fenómeno: el presupuesto. Todo el material necesario para emular a los superventas era extremadamente caro hasta que no empezaron a salir los trastos como el que he mencionado al principio del párrafo (y aún así).

Y claro, si lo único que puedes permitirte es una guitarra y quieres tocar por ahí, estás forzado a formar un grupo y, por consiguiente, a socializar. Así se crea una escena y el resto es historia (hay tantos libros sobre el tema a disposición del lector que, si me lo permiten, me lo voy a ahorrar). Ahora bien, una vez todo el hardware/software de producción musical se economiza y domestica, la gente puede empezar a hacer lo que le de la gana, sola y en su cuarto. Así, paulatinamente, la manera de producir y editar canciones cambia, como muta también la manera de presentarlas al público.

Esto da pie a nuevas actitudes: de repente quien produce la música deja de tener una importancia capital a nivel de puesta en escena, hasta hay quien prefiere poner a otro para que de la cara en el escenario mientras él va fent tranquilamente en segundo plano, a la vez que se agiliza el proceso de producción/edición y se amplían las herramientas y vías de expresión. La liturgia del concierto también cambia: del trillado aplauso-canción-aplauso-bis pasamos a otra cosa.

Ramon_Casas2“El descanso de los ciclistas” de Ramon Casas (Barcelona, 1886)

En los conciertos/sesiones/lo-que-sea, en términos generales, la música gana todo el protagonismo posible y la gente ya no asiste a ellos como quien va a ver, digamos, una obra de teatro con un protocolo de fases fijado tácitamente con anterioridad. Ahora mismo, ya da igual si la ejecución es perfecta, si está pre-grabada o está pinchada directamente de un vídeo de youtube: lo importante es estar allí para presenciarlo, para no perderte el nuevo capítulo de la serie de turno… Y la verdad es que, a veces, a un artista es mejor seguirle por los vídeos que cuelga regularmente que yéndole a ver de cuerpo presente (porque eso de dar la cara cada vez tiende a tener menos importancia). Esta nueva manera de entender la cultura popular de base esté recubierta de una pátina de instantaneidad y excitación continua, como la que emana una personita de corta edad saliendo de una fiesta de cumpleaños con sus arterias a punto de estallar de azúcar.

La verdad es que necesitábamos aire fresco. No me vengáis ahora con purismos, que de buenas a primeras todo el mundo es más papista que el Papa, pero bien que bailáis desenfrenados cada fin de semana (y sino, deberíais). Sí que en los últimos años han salido artistas de aquí, de allí y de más allá que tienen como base la formación clásica de guitarra-bajo-batería y voces, con propuestas excitantes, pero se debe reconocer que lo nuevo viene desde otras corrientes. Que sí, que mercantilmente se explotan más, pero basta con rascar un poco para descubrir una voluntad de innovación que empezaba a echar de menos. Hace ya más de 15 años que los 90 se fueron y la gente del rock seguimos más o menos en el mismo sitio y el garito empieza a oler a tigre.

Los viejos instrumentos están pasando por un periodo de obsolescencia, digamos, temporal. Y ya no por temas de sonido (esto es algo derivado, a mi entender), sino por motivos relacionados con su uso.

Pensádlo bien, todo encaja. Si nuestro relevo generacional no está del todo claro es por dos motivos: el primero es que la gente ya no tiene la necesidad de buscar a otra gente para crear, desde compartir influencias a componer, ensayar, grabar o porque ya no hay necesidad de hacer conciertos. La socialización cuerpo a cuerpo, más allá del ver y dejarse ver para fichar en el evento de turno, empieza a carecer de importancia para el nuevo público y los nuevos creadores. ¿Les suena de algo la palabra internet?

El segundo motivo es que los viejos instrumentos están pasando por un periodo de obsolescencia, digamos, temporal. Y ya no por temas de sonido (esto es algo derivado, a mi entender), sino por motivos relacionados con su uso. Como he mencionado antes, si la forma de producir música ha mutado, el diseño de interacción de sus herramientas también. La nueva hornada (estoy hablando de gente de 14 para arriba) está más familiarizada con otro tipo de interfaces que hacen que, en muchos casos, nuestros queridos objetos hechos de madera y metal parezcan complicados y creados para una lógica de uso “anterior” (y en parte, tienen razón).

Entonces, ¿qué nos queda a los que dentro de unos años empezaremos a ser vieja guardia? Porque, la verdad es que nunca me ha importado lo más mínimo si los grupos en los que he tocado vendían o no. Precisamente, lo que más me ha intrigado es saber si como creador voy a ser capaz de transmitir alguna cosa parecida a lo que me transmitieron mis influencias más cercanas…  Aunque eso sea trascender intentando hacer algo fuera de la auto-complacencia y que la derrota posterior sea digna de celebración. La verdad, no estoy desesperanzado por eso de que las guitarras ahora mismo no molen (molar o no molar es una simple cuestión de mercadotecnia), todo lo contrario, me gusta estrujarme el cerebro con esto. Me motiva a hacer mejores canciones, porque al final lo que quedará siempre serán las canciones. Y quien sabe si después de esta viene otra generación a la que puedan parecerle relevantes. Eso ya lo veremos, que bastante tengo yo con lo mío.

Fotografía de portada: “Ramon Casas y Pere Romeu en un tándem” de Ramon Casas (Barcelona, 1897)
 


Tomeu Mulet (Mallorca, 1987)
Tomeu_Mulet
Bartomeu Mulet Riutort nació en Mallorca en 1987 y lleva viviendo en Barcelona desde 2008. Diseñador gráfico y músico (actualmente en Beach Beach, Polseguera y, esporádicamente, Dofí Malalt). Colabora o ha colaborado con blogs como Gent Normal y 40Putes. Le gusta la cocina mallorquina y el Jack Daniel’s. Odia pintar persianas.

Fotografía de Lluís Huedo.

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