Quisiera equivocarme. Llevo tiempo con curiosidad sobre el devenir de la esponsorización a las bandas y veo unas dinámicas cada vez más apropiativas y especulativas que me llevan a pensar que en España hay una burbuja. Siendo así, tarde o temprano explotará resultando desolador para nuevas y no tan nuevas bandas.
Son conocidas las prácticas de los patrocinios en grandes eventos como festivales donde sus logotipos llegan a encumbrar los escenarios o incluso el propio nombre del festival. Nos hemos habituado a ello y muchas veces se crea una simbiosis que parece estable. Este no es el tema. Lo que está resultando nuevo es la inmiscuición de las marcas en el sí de las formaciones, en la raíz de la música, a un nivel tan profundo que desconocemos sus consecuencias.
Hay eventos producidos directamente por los departamentos de marketing donde regalan la mercancía, ropa, calzado, etc., para que la luzcan los activos, los que convocarán al público. Existen otros promovidos por marcas que contratan a las bandas por un caché muy por encima de lo que es habitual en los festivales y, que a su vez, les montan un circuito aparentemente estable. Otra práctica conocida por todos es la de proporcionar material a los músicos con la contraprestación de exhibirlo encima del escenario, en las fotografías de promoción y en cualquier aparición pública. Recientemente también se ha dado el caso de marcas de bebidas que suministran material de primera necesidad para las actuaciones en directo así como baquetas o hardcases para los instrumentos, como hemos podido denotar en los agradecimientos en las redes sociales de las bandas a sus sponsors. Por no decir las clásicas apariciones publicitarias en los medios.
Caballero de ESADE, apueste por esta joven banda de 17 años que por 3000€ le hacen un guiño en la estrofa.
Estas relaciones cada vez se asemejan más a la de las grandes estrellas mediáticas del fútbol o Fórmula 1. Todo apunta que si las marcas quieren seguir progresando en este nicho de mercado y posicionarse bien entre un target deseado, deberán ir subiendo las apuestas. No nos queda tan lejos, las marcas están empezando a actuar como comisarios/curadores, representantes e incluso de plataformas de difusión de grupos y no lo hacen para ganar dinero con lo que genere la banda sino para crear imagen.
Muy probablemente, poco a poco, nos vayamos habituando a estos haceres y podamos encontrar grupos subidos al escenario con más marcas en el cuerpo que un piloto de Formula 1. Quizá para hacerlo más rockero se use tinta de tatuar o profanen unas estrofas de una canción para que un público potencial las cante a coro en un recinto y luego la tararee en el metro. ¡Qué sueño el del equipo de marketing! ¡Entrar en las cabezas de tanta gente sin pasar por la caja de la prensa o la televisión! Caballero de ESADE, apueste por esta joven banda de 17 años que por 3000€ le hacen un guiño en la estrofa.
Estamos ante una compra directa de cantera. Ir directamente a la Masía y seleccionar a granel unos elegidos convirtiéndolos en el escaparate.
Otra de las características, es que las relaciones más intensas se crean entre las bandas más jóvenes y prometedoras. Rara vez vemos una banda local con cinco discos a sus espaldas y una década sobre el escenario entrando al juego de una participación directa con una marca.
En ningún momento estamos hablando de una marca de guitarras o de baquetas que proporcione su mercancía a tótems de la música, para que abandere una oleada de jóvenes que quieren imitar a sus ídolos. Estamos ante una compra directa de cantera. Ir directamente a la Masía y seleccionar a granel unos elegidos convirtiéndolos en el escaparate haciéndoles sentir especiales y afortunados primero y acto seguido talentosos y merecidamente laureados. Y ahí está mi miedo. Este tipo de relaciones pueden producir, más que empujones a carreras prometedoras, muñecos rotos.
“Death Wish” de Michael Winner (1974)
¿Es quizá un problema endosar en las mentes de post adolescentes la idea de que los buenos son los que las industrias de alcohol y ropa seleccionan? Debería parecer perverso, ver que a tu compañero de colegio que toca tal o tal música le va mejor que a tu grupo, girando por escenarios patrocinados y con material proporcionado por marcas de bebidas haciéndote pensar que algo estás haciendo mal.
No quiero abanderar la identificación y señalización sobre cuanto de público o de privado tienen que ser las relaciones culturales, pero en algún lado hay una línea de no retorno entre ambos polos, soy incapaz de vislumbrarla siquiera, pero sé que por ahí está.
Mis miedos de hoy y aquí son otros, aparte de la ética respecto a la procedencia del dinero o las valoraciones cualitativas de su otorgación. Me pregunto si los más jóvenes se están educando en una escena mal llamada alternativa o indie, donde triunfar es girar por todo el estado antes de entrar a un estudio, donde lo normal es actuar en escenarios curados por marcas, tener antes merchandising que disco. Y donde lo normal es publicar tu amor en las redes sociales a esos que te dan regalos; cuantas más actualizaciones esponsorizadas más confirmas los regalos y el amor que te profesan, ergo mejor grupo eres y “más lo petas”.
Me cuestiono si todo esto cambiará un día y las marcas se cansarán de dirigirse a este target cuando el rock deje de ser cool.
El día que, decididamente, comprendí de la existencia de la burbuja de esponsorización nacional fue al comprobar que había bandas que sin ser esponsorizadas habían llegado a hacer “campañas” como las ya descritas a marcas con cuya relación era inexistente. Mensajes públicos de agradecimiento y aparición de logotipos en conciertos y vídeos como queriendo decir que sus bandas eran de las seleccionadas, de las señaladas por papá. Quizá solo quisieron llamar la atención de la marca demostrando lo que podían ofrecer en una futurible relación económica. Quien sabe.
Me cuestiono si todo esto cambiará un día y las marcas se cansarán de dirigirse a este target cuando el rock deje de ser cool. Quizá opten por entrar por otro lado a los mismos bolsillos y, todos estos que ahora se sustentan a base de patrocinios, un día se encontrarán convocando otra cantidad de público, por otra cantidad de dinero, y vendiendo las entradas a otro precio que no será al que les habían (mal)acostumbrado.
¿Qué pasará cuando las marcas ya no estén interesadas en la música que ahora denominamos indie o alternativa? ¿Cómo lo afrontarán? ¿Seguirán queriendo hacer música?
Por no hablar del que se haya criado con la normalidad de que el juego es ese: marcas costeándolo todo mientras el músico solo está componiendo y firmando autógrafos. ¿Qué pasará cuando las marcas ya no estén interesadas en la música que ahora denominamos indie o alternativa? ¿Cómo lo afrontarán? ¿Seguirán queriendo hacer música? ¿Se atreverán a coger una furgoneta y a dormir en los escenarios de los pueblos que tengan en la gira que ellos mismos se hayan organizado?
Espero equivocarme y que en España no estemos en una burbuja de esponsorización de las bandas. Espero que esta práctica que me resulta relativamente nueva (relativa en su profundidad y abasto, no en su calidad de existencia) sea la que nos equipare a los países desarrollados y que esto sea solo uno más de los caminos a elegir dentro de los circuitos musicales y no el único. Espero equivocarme y que en el caso de ser una burbuja, los grupos serían más inteligentes de lo que presupongo y que al pararse la música subvencionada con dinero privado sabrán seguir bailando.
PD: Sería un error culpabilizar de cualquiera de estas prácticas o de la burbuja creada a aquellos que su razón fundacional es la de hacer dinero, la de lucrarse, a través de productos y con la ayuda de equipos de marketing gestionando product placements, campañas publicitarias y, como es este caso, patrocinios, para llegar a sus potenciales clientes. Pero si que invitaría a reflexionar a las instituciones culturales públicas y el los artistas que se les presupone otros objetivos.
Fotografía de portada: “Superman II” de Richard Lester (1980)
Lluís Huedo (Girona 1982)
Ser humano en construcción y padre de familia. Se le atribuyen diferentes profesiones a pesar que no se reconoce en ninguna de ellas. Se declara superviviente del día a día, pero en realidad no le queda otra opción. A veces hace cosas. Cuando cita las influencias de su vida le gusta agradarse y nombra a Dan Graham, Asier Mendizabal, Cassavetes y a la Atzavara Club, aun no conociendo la mitad de lo que han hecho.