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De la zona de confort se sale no tanto por gusto, sino porque a uno le echan de allí a patadas, y eso es lo que Daniel Alonso, Pablo Peña, Darío del Moral y Raúl Pérez, es decir, Pony Bravo, vienen a hacer en este cuarto álbum, seis años después (muchos, demasiados) de que se publicase “De palmas y cacería” (13), reventando todos los compartimentos estanco que podamos imaginar. Uno de los adelantos que lanzaron hace un año, “Rey Boabdil”, ya avanzaba el delirio: “Se aleja la almeja, el ocho le ataja, le coge la faja, el once tira y afloja, el diez no le deja, el trece lo sigue, el dos lo persigue. Al toque de corneta salen como locos beduinos majaretas…”. Así, avanti a tuti jorobi, nos encontramos a Boabdil más allá de la Alhambra, de caseta en caseta, en una de esas carreras de camellos de feria. Podría parecer un chiste, pero el humor del grupo sevillano trasciende el chascarrillo para vertebrar toda su obra, revelándose como el imprescindible pegamento que une géneros y subgéneros en cada uno de sus temas. Ocurre también en “Espectro de Jung”, con un enajenado spoken word sobre una retorcida base de bajo en espiral que reúne a Marty McFly, Harry Potter, Yoda, Gandalf, Dumbledore o Afrika Bambaataa, mutando al final en “África va en bata”.

No se trata sólo de eclecticismo, sino de ampliar aún más si cabe un discurso único en su especie, en el que la hipnótica “La yerba mala” nos devuelve al sonido más clásico del grupo, tirando en su letra de refranero agrario (o de salmos bíblicos, según se mire). También “Casi nazi” recorre terrenos conocidos, vistiendo de ácido la new wave antes de dar paso a unos minutos de baile alucinado en “Totomami” (una juerga con ritmos latinos y letra sólo al alcance del imaginario ponybravista: “Ole tu coño/admiro tu valor/dame amor”).

Hay más juegos de palabras en la infecciosa “Errores son horrores”, western fronterizo en “Lawrence de Aruba” y hasta una revisión (“Loca mente”) que lleva a Las Grecas a una dimensión desconocida, reivindicando la ruptura como seña de identidad, igual que hicieron las hermanas Muñoz en 1974 con su “Gipsy Rock”: valiéndose de su particularísimo punto de vista, los sevillanos crean un híbrido entre “Ammi Immi” y “Te estoy amando locamente”, los dos temas de aquel atrevido primer single que puso del revés el flamenco rock, casi en paralelo a la publicación de los grandes discos de CAN (“Tago Mago”, “Ege Bamyasi”, “Future Days”). Cuarenta y tantos años después, Pony Bravo bebe indistintamente de unas y de otros; de esto y de lo de más allá, haciendo de su música una anomalía absolutamente necesaria. Igual que en los primeros ochenta lo fueron las canciones de Derribos Arias, o como hoy pueden serlo propuestas tan dispares como Espanto o Niño de Elche.

A lo largo de casi una hora, los autores de “Un gramo de fe” (10) crean una vez más un exótico salteado en el que hay semillas de afro-funk, hip hop primitivo, lo-fi, dub, raíces andaluzas o kraut rock. “Flor de febrero no va al granero”, dice el refrán (al que ellos mismos recurren en “La yerba mala”), pero como en toda regla hay excepción, esta vez la cosecha invernal no tiene desperdicio.
(Mondo Sonoro)

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