Description
Caminar lentamente por la carretera vigilada por bestias salvajes y la luna, atravesar la tormenta eléctrica; sabes que la lluvia va a traspasarte, sabes que no tan lejos ha dejado de llover. Podría tratarse de la noche de Mariana Enríquez y de la carretera de Cormac McCarthy. Permitir que ese paisaje envenenado nos penetre, dejar salir el que llevamos dentro, gritando irremediablemente. Gritar, un gesto revolucionario en época de bruxismo y de autoayuda, individual o colectivamente.
Escuchar “Lorategi izoztuan hezur huts bilakatu arte” lastima y sana al mismo tiempo, es como una enfermedad curativa de la que una sale renovada y en paz, con el sentimiento victorioso de lo que pudo haber sido pero no fue, emocionada, tal vez. Triste y salvaje al mismo tiempo, esa melancolía invertida se adhiere a la piel como una grasa, accediendo a capas más hondas cuanto mayor es el volumen, y como en una terapia de shock, solo quien se rinda ante el enorme ruido de lisabö conseguirá silenciar el sonido del reloj, del parloteo perpetuo, de las facturas, de los noticiarios y de las redes sociales, para así poder escuchar cómo suena el vacío y el guijarro cayendo en nuestro precipicio interior. Parar y escuchar. Ese murmullo que permanece cuando la música de lisabö calla. Porque la fragilidad hace ruido. Y el silencio también.
Hoy en día parece que se ha vuelto más fácil representar la muerte que representar la vida, y como es costumbre, las hermosas y oscuras letras de Martxel Mariskal subtitulan el universo único y fascinante de lisabö, refinado, ampliado y enriquecido disco a disco. Esta vez, además, nos ha parecido vislumbrar algunos rayos de luz queriendo abrirse paso en ese mundo macizo. Porque en el simulacro en el que vivimos, frente a la parálisis y el hielo, el dolor y la rabia son las únicas opciones que nos quedan para sentir, algo, cualquier cosa, pero sentir.
Eider Rodríguez (“Rendirse ante el ruido”)
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