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Taxista!
Contando yo… qué, ¿diecisiete, dieciocho años?, y encontrándome en lo más furioso de la adolescencia, había descubierto que además del pop y el rock estaba el folk y que, íntimamente ligada al folk, estaba la protest song o canción de protesta, y también había descubierto que, aunque no quisiera, mis formas de expresión tendían al surrealismo. En consecuencia, había que denunciar problemas sociales pero de la forma más surreal posible.

No creo –no recuerdo– que fuera de una manera tan consciente y reflexiva como lo estoy describiendo ahora, pero deduzco que, en el buche de mi cerebro, en su cavidad posterior, mis ideas debían estructurarse de una forma no muy distinta… aunque aparentemente se tratase de mera inspiración (inspiración a chorro, ya que apenas corregía lo escrito).

Y ¿cuál era el problema social que más nítidamente titilaba ante mis ojos, aunque solo fuera un conflicto en ciernes? El paro. El incipiente pero creciente paro (ahora ya monstruoso) provocado por la irrupción de los primeros robots industriales; algo que aún no tenía nombre: en Cataluña, los parados eran meros “plegats de mans”, como los que llenan la canción. O sea, personas, obreros, de brazos cruzados.

Me puse en la piel de uno de esos parados avant la lettre y la canción salió solita y redonda.

Aquest carrer m’és prohibit
Mi novia, Mercè Pastor, vivía en la calle del Dr Carulla, una tranquila calle del barrio de las Tres Torres de Barcelona, bordeada de frondosos plátanos, en una torre con jardín delantero al cual se accedía subiendo unas escaleras. Al salir del instituto –íbamos a la misma clase–, ella y yo solíamos hacernos unos cuantos arrumacos bajo un sauce llorón que había cerca de su casa (aún recuerdo su fuerte aroma) y luego nos despedíamos, a menudo largamente, frente a la verja de su jardín.

Y no era rara la ocasión en que su padre, franquista y cazador aficionado, apareciese tras la baranda, escopeta en mano, hiciera entrar a su hija y, apuntándome sin mirar, me soltara unas cuantas lindezas mientras yo salía corriendo.

He aquí las claves de la historia, o de la canción… que por otro lado no deja de ser una fusilada de ‘The Girl From The North Country’, del maestro Dylan, o cuando menos de su esquema: “si vas… si encuentras… dile de mi parte…”, aunque no me arrepiento: juraría que él también sacó su canción o su esquema de algo que oyó por ahí; de algo probablemente tradicional, ya que ese es su destino (el de la tradición).

El matí de Sant Esteve
En Catalunya celebramos la nochebuena con una misa solemne a la que llamamos “missa del gall” porque se dice que fue el gallo quien primero vio y cacareó el nacimiento de Jesús. Esto sucede en vísperas del día en que tradicionalmente en todas las casas se rellena y se asa un gall; o sea, el día de Navidad: si hay guita se asa un gall d’indi (un pavo), y si no, un gallo a secas.

Es probable, por tanto, y comprensible, que al día siguiente de la Navidad, o sea, por San Esteban –día en que siguiendo la misma tradición se cocinan canelones hechos con las suculentas sobras del día anterior–, las existencias de gallos se hayan agotado, lo mismo en las tiendas que en las granjas.

Este pequeño detalle fue suficiente para excitar mi furia adolescente y arrancarme el sarcasmo.

La verdad es que a esas alturas tempranas de la vida, la idea no ya de ser un protest singer sino la de simplemente protestar, protestar por lo que fuere, debía de haber calado muy profundamente en mi mollera como para conseguir que, más allá de algo tan “chic” como es el solidarizarse con los gallos –lo cual no deja de ser una forma de hacerse el gallito–, propusiera algo que, desgraciadamente, en estos momentos vuelve a estar de rabiosa actualidad: la manifestación y la cacerolada; el salir a la calle a protestar con palos y ollas. Entonces, en plan alevines de revolucionario ejercitándose con una excusa cualquiera, ahora en plan revolucionarios conscientes e indignados. Y no sólo eso: al final de la canción incluso amenazaba con convocar una huelga.

Pau Riba

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