L’Odi Social fueron la voz del pueblo. Aunque su sonido se fue hardcorizando, nunca dejaron de lado sus letras de tinte punk. Su carácter popular nos ha dejado eslóganes perpetuos. Su conexión con la gente de a pie fue instantánea y fueron capaces de condensar ideas de alto octanaje político en frases como “Que pagui Pujol” o “Ataka a l‘estat que t’apuja les birres”
Raíces
Yo considero que he sido punk desde que nací. Siempre he sido un chaval muy problemático. De pequeño lo pasé fatal. Estaba en el colegio y siempre caminaba mirando al suelo. Me pegaban hostias para que levantara la cabeza. En casa no estaba demasiado bien. Era el hermano pequeño, el último que había llegado, y no me hacían ni caso. Todas estas cosas junto con el aburrimiento de que nunca pasara nada interesante fueron forjando mi carácter, así que cuando descubrí el punk y escuché a los Ramones por primera vez me di cuenta de que allí pasaba algo. Noté que aquello era música y me sentía identificado con ella. A partir de entonces un amigo y yo nos dedicamos a comprar discos, básicamente todo lo que llegaba de Inglaterra. Los comprábamos en una tienda de Gràcia que se llamaba Pan y Música, posiblemente de las primeras tiendas de Barcelona que empezó a traer discos de punk rock inglés.
Empiezas a adaptarte a una estética que, aunque no te convence del todo, tiene también una actitud. Recuerdo una anécdota estando en Sant Quintí de Mediona, un pueblecito cerca de Barcelona donde solía ir los veranos con mi familia. Yo ya iba de punki, pero la mayoría de los amigos del pueblo eran rockers. Estábamos sentados en un bar y de pronto apareció una manada de punkies de esos que van con cadenas en el cuello y candados y que cuando llegan se aparta todo el pueblo. Además no iban con la ideología de querer cambiar el mundo, sino todo lo contrario: su lema era “jode al que puedas”. Nos rodearon. Eran entre ocho y diez. Estaban el Ángel, el Xavi Shock y el Dimony como el peor de los peores, y me estuvieron abucheando y humillando en plena calle diciéndome que yo era un punki de plástico, un punki de juguete. Me arrancaron las chapas y las tiraron al suelo. Ése fue mi primer contacto con esa peña. Durante mucho tiempo los odié a muerte. Les plantaba cara, pero era sólo un crío de trece años. Esa gente en aquella época no respetaba a nadie, daban miedo. Semanas
más tarde me los volví a encontrar y estaba tan desesperado que acabé pidiéndoles una china para hacerme un peta. Lo hice para romper el hielo. No sé si eso les causó sensación, pero conseguí que acabarán dejándome en paz. Aun así hasta que no me vieron tocando con L’Odi no acabaron de respetarme de verdad.
Saina ensayando en el local con una Xibeca haciendo la función de ride (Archivo Gos)
Más tarde en Barcelona conocí al Poly a raíz de algún colega de Gràcia que era alpinista o boy scout, nada que ver con el punk. El tío era mucho más punki que nosotros. Era un poco más mayor y estaba súper entusiasmado con todo lo que oliera a punk, así que nos entró la euforia y empezamos a ir a conciertos en El Garaje de L’Hospitalet. Debía ser en 1980 y aquello me cambió la vida. Vi un concierto de Ruidos Molestos, Attak, Shit S.A. y Último Resorte. Era algo ultra salvaje; para mí fue un shock. No eran cuatro gatos, eran conciertos de verdad, la sala estaba a tope. Además había locales de ensayo y la mayoría de las bandas ensayaba allí. Todo era muy extremo. Después de aquello no he visto nada más extremo. Era un edificio destrozado con un garaje donde se hacían conciertos y locales de ensayo insonorizados a base de hueveras. Y todo autogestionado antes de que supiéramos lo que significaba y se utilizasen términos como ‘autogestión’, ‘autoproducción’ o ‘alternativo’.
La sensación que recuerdo es la de pasar miedo combinada con una emoción desmesurada; una sensación de pasármelo muy bien y de encontrarme en mi sitio. La gente era muy violenta y muy punk. Las drogas estaban por todas partes. Era el punk más autodestructivo y primitivo que he visto nunca, pero era súper auténtico
La sensación que recuerdo es la de pasar miedo combinada con una emoción desmesurada; una sensación de pasármelo muy bien y de encontrarme en mi sitio. El miedo era muy real. La gente era muy violenta y muy punk. Las drogas estaban por todas partes. Tomaban anfetas de manera salvaje y bebían de todo. Todo el mundo repartía pastillas, no había ningún tipo de conciencia. Era el punk más autodestructivo y primitivo que he visto nunca, pero era súper auténtico. Yo también necesitaba expulsar mi rabia de alguna manera. Igual para mí no era tan terapéutico bailar en un concierto o hacer cuatro pogos y tirarme desde el escenario. Para mí era más terapéutico meterme en el ajo, dentro, subirme a un escenario y sacar toda la mierda. Me despertó la vida. Si no me hubiera pasado esto posiblemente sería un zombi, como mucha gente. No sé qué tipo de experiencias habría tenido en mi vida, pero muy pocas probablemente. Ir a El Garaje cambió mi vida y la de mucha gente. Los punks se empezaron a multiplicar como moscas. En cuatro días, de cien pasamos a ser un montón.
Fue una gran época, pero tenía que acabar, no íbamos a ningún lado. No future, autodestrucción total, drogas… A esa edad no te das cuenta, pero no tardamos demasiado en empezar a cambiar. Pasaron como mucho un par de años hasta que cayó en mis manos un disco de Dead Kennedys, Fresh fruits for rotting vegetables, y allí sí que dije: “Vale, esto es lo que yo quiero”. Solo ver la portada pensé: “Esto es otro concepto. Las letras, el nombre del grupo… Esta gente está diciendo cosas sólo con el título”. Había un concepto; todo tenía importancia, no sólo la música: el logo, la foto… Me impactó muchísimo. Luego me llegó su single Too drunk to fuck y no podía creer que alguien fuera capaz de hacer una canción así.
L’Odi Social
Con el Poly teníamos ganas de hacer alguna cosa. Estábamos súper quemados por todo lo que nos rodeaba y teníamos la necesidad de canalizar esa rabia y exponer esas ideas. No nos dijimos “vamos a hacer algo o un grupo”, o “vamos a hacer algo para los demás”, sino que dijimos “vamos a cagarnos en todo”. Empezamos en un trastero con palos de escoba y fue muy real. Estábamos como locos. Nos queríamos llamar Suburbio. Me compré una guitarra, pero no llegamos a tocar nunca. Éramos cuatro y decidimos dejarlo. Fue entonces cuando el Poly decidió que montaríamos L’Odi Social. Yo empecé tocando la guitarra, pillamos a un tío para tocar la batería y de cantante a un chico que se llamaba Charly. Lo curioso es que nunca llegué a tocar la guitarra. Me la compré, la miré y pensé: “Esto es demasiado complicado”. Y le dije al que tocaba la batería que tocara él la guitarra y que yo tocaría la batería. No le sentó muy bien, así que nos volvimos a quedar el
Poly y yo solos. Ensayábamos en casa, en la mía o en la suya. Empezamos a conocer a más punkis y no sé cómo acabamos conociendo al Gos.
En la habitación que tenía en casa de mis padres empezamos a tener los primeros ensayos de L’Odi. Estaba justo encima del colmado de mi madre. Muchas veces la tienda estaba llena y nosotros estábamos ensayando justo encima. Tenía el suelo de madera y las señoras tenían que gritar para comprar un kilo de tomates
En la habitación que tenía en casa de mis padres, unos seis metros cuadrados donde dormía y hacía vida, empezamos a tener los primeros ensayos de L’Odi. Poníamos la cama en posición vertical para poder montar la batería e intentábamos tocar en ese espacio súper reducido. Recuerdo que los platos rozaban con la pared e iban dejando marcas y arrancando trozos de yeso. Esa habitación estaba justo encima del colmado de mi madre. Muchas veces la tienda estaba llena y nosotros estábamos ensayando justo encima. Tenía el suelo de madera y las señoras tenían que gritar para comprar un kilo de tomates. Sólo bajábamos a la tienda a coger Xibecas. Empezar algo así, en casa con la familia, era bastante anecdótico.
Poly, Gos y Damned cuando eran unos pipiolos (Archivo Gos)
El Poly era la bomba. Llegaba cada día con ideas nuevas, con letras. Yo era el más introvertido, no conectaba demasiado con la gente. El Poly se encargaba más de todas esas movidas y era el que más se movía. Era una persona de sorpresas y cambios constantes.
No teníamos aún la banda montada y ya nos llamaban para tocar. No teníamos ni temas. Hicimos un montón de bolos muy malos, incluso algunos frustrados; bolos donde no acabamos tocando. El primer concierto de L’Odi anunciado con un cartel y con equipo fue en el Instituto Montserrat con Brighton 64. Perro y gato en directo. Nunca antes había habido un concierto así.
La mayoría de la gente la conocí en el Zurich, el centro neurálgico del punk en Barcelona, el punto donde todos los días del año, a todas horas, podías encontrar a la peña. Y si no estaba uno, estaba otro; si no eran cinco, eran diez. Era el cuartel general. Allí conocimos al Fernando. Iba tan sumamente bien peinado, afeitado y maqueado con su chupa de cuero brillante y su pintada de los Damned perfecta en la espalda que le llamaban ‘el punki de juguete’. Era tan mono que parecía un muñeco de plástico. A partir de esa pintada en la chupa que llevó durante años le quedó el mote de Damned.
L’Odi Social fuimos unos inconscientes al cien por cien. En algún momento había alguno de los cuatro que lo era un poco menos y gracias a eso salvábamos algunas historias, pero lo bueno de L’Odi fue eso, que no había nada premeditado. Nos la sudaba todo, incluso grabar o editar
El Zurich, más que un meeting point, era un living point. Había gente que se pasaba días en aquellas escaleras. Cuando venía gente que no era de Barcelona era el sitio perfecto para contactar con la movida punk de la ciudad. Luego nos moviamos a la Plaza Real, al Texas. Yo no iba demasiado porque estaba toda esa gente más mayor y me daban un poco de reparo. Eran todos muy prepotententes y se metían con todo dios que no les pareciese suficientemente auténtico. Pero yo no tenía veinte mil pelas como otros para comprarme una chupa de cuero. Eso ya pasaba entonces, había mucho pijo. Algunos grupos como los Kangrena eran totalmente pijos.
L’Odi Social fuimos unos inconscientes al cien por cien, totalmente inconscientes. En algún momento había alguno de los cuatro que lo era un poco menos y gracias a eso salvábamos algunas historias, pero lo bueno de L’Odi fue eso, que no había nada premeditado. Nos la sudaba todo, incluso grabar o editar.
Fuimos pioneros autoproduciéndonos nuestro single. Nadie había hecho algo así en España. Lo grabamos en Maratón en el ‘85 y se planchó en Pisa (Italia). Se fabricó en Pisa como el que va a una panadería y pide diez barras de pan. Me refiero a que nos plantamos en Pisa y pedimos mil singles. Aquí se tenía que registrar todo y hacer mil historias legales. No lo queríamos hacer así, todo lo contrario: queríamos huir de todo ese sistema de mierda.
1986, L’Odi Social, Palau d’Esports. Nicaragua Rock (Foto: Xavier Mercadé)
Cuando tocamos en el Nicaragua Rock se vendieron once mil entradas, tres mil más de la capacidad del recinto. La recaudación fue la hostia, pero la mayoría de pasta se fue en los destrozos. Todavía recuerdo la cifra: 22 millones de pesetas en destrozos. Es una putada que toda esta movida tan interesante que se hizo en los ochenta se haya convertido en un mero mercadillo. Creo que el mundo alternativo de hoy en día es muy endogámico. Gente que hace grupos para tocar en los squats de sus amigos o en otros squats vecinos; a esa gente no le has de dar ningún mensaje porque ya se lo sabe. Lo interesante es hacer llegar ese mensaje a otra gente que no lo conozca. La gente que hoy en día quiere romper moldes o romper con algo lo hace para un público que ya piensa como ellos. Ésa es la diferencia respecto a lo que hacíamos nosotros. Nosotros cambiábamos la mentalidad de la gente. Esto no pasa hoy en día y es necesario.
La gente dice que hoy el nivel de vida es muy alto y que vivimos de puta madre. ¿Vivimos de puta madre? ¡Pero si cada día prohíben más cosas en Barcelona! Ya no se puede hacer nada en la calle. La mayoría de la gente que ha nacido y vivido aquí humildemente se ha tenido que marchar de Barcelona
La gente dice que hoy el nivel de vida es muy alto y que vivimos de puta madre. ¿Vivimos de puta madre? ¡Pero si cada día prohíben más cosas en Barcelona! Ya no se puede hacer nada en la calle. La mayoría de la gente que ha nacido y vivido aquí humildemente se ha tenido que marchar de Barcelona. Están cerrando la mayoría de las casas okupadas. Realmente creo que estamos en una muy mala época. Lo que pasa es que todo es muy bonito, está muy bien montado… Es un Matrix, se lo cree casi todo el mundo. Aunque la gente tenga un ordenador y pueda grabar un disco no quiere decir que estemos mejor. Tenemos medios para hacer música, pero ¿quién tiene ganas de salir a la calle y ser inconformista? Hasta las manifestaciones están tan asumidas por el sistema que no las encuentro efectivas. Los humanos evolucionamos hasta tal punto que acabamos chocando. Lo que hay que hacer es volver a las raíces en muchas cosas. Creo que la gente sigue jodida. Antes era un odio que saltaba a la vista; ahora cuesta más verlo. Que la gente vaya más bien vestida o que las casas estén restauradas en Barcelona no quiere decir nada. Que haya tanta oferta de todo ha hecho que la gente no tenga ningún tipo de ilusión por
nada. Todo es muy desapasionado.
Relaciones
Subterranean y GRB ensayaban juntos por necesidad. No creo que se pusieran a compartir el local porque fuesen grandes amigos, era una cosa de necesidad. Nosotros hemos compartido locales con mucha gente, pero puede que con Anti/Dogmatikss la relación fuera muy buena. Y posiblemente éramos más amigos de lo que algunas veces parecía. Éramos demasiado críos, demasiado jóvenes, demasiado inconscientes, incluso antisociales. Nos metíamos con todo lo que nos era extraño.
Nosotros hemos sido muy descontrolados, muy impetuosos. Nos hemos dejado llevar por la pasión y por los sentimientos, e igual hemos pensado poco en esa época. Y Anti/Dogmatikss era lo contrario: era un grupo que solamente pensaba. Después llegaba el momento en que salían al escenario y durante una hora se dejaban ir, pero su vida no era así normalmente. Era gente que se dedicaba a hacer fanzines, más culta, más de estar sentado y hacer un trabajo intelectual; gente totalmente necesaria dentro de este rollo. Nosotros podíamos aportar mucha energía y mucha gente se quedaba impactada, pero éramos de otra pasta.
1986, L’Odi Social, Pza. Guineueta. Festival Anti-OTAN (Foto: Xavier Mercadé)
Dentro de cada grupo, como en todas las buenas familias, ha habido conflictos. Y dentro de L’Odi siempre ha habido uno u otro que ha estado un poco aparte durante una época. Ése he sido yo, y el otro fue el Gos. Pero esto es ley de vida. La relación ha sido buena en general, con sus resentimientos y envidias… Naturaleza humana. Yo considero a mucha de la gente del rollo amigos míos hoy en día e igual en la época no los consideraba tanto. Con el tiempo ves el mundo de otra manera aparte de los recuerdos y la nostalgia.
Igualmente creo que hay resentimientos y cositas raras de entonces que aún siguen vivos hoy en día. Me di cuenta viendo el DVD del No acepto. Ves hablar a la gente de Euskadi y hablan con humildad, hablan bien de los demás y sinceramente; no les hace daño hablar bien de los demás. Aquí parece que hay gente a la que aún les hace daño hablar bien de los demás. No entiendo el porqué. En aquella época había una pequeña competencia que se compaginaba con la colaboración y también había respeto, y eso es lo más importante. No podemos ser todos amigos e ir de la mano. Había una unión y era muy bestia, pero hasta un límite.
Drogas
Teníamos la ilusión de largarnos de casa y vivir con nuestros amigos, que pensaban como nosotros (“¡Soy un puto bicho raro!”). Todo era muy emocionante, pero al principio la peña estaba muy, muy cascada. No había ninguna otra intención de hacer nada que no fuera drogarse. Hiciéramos lo que hiciéramos, siempre era para drogarnos. Si quedábamos para ir a ver un concierto era para drogarnos, si quedábamos para escuchar música era para drogarnos. Al principio era patético. Creo que los principios fueron la peor época. Además la gente se metía lo que fuera: media caja de Valium, una botella de vino, cervezas, cualquier pastilla que pudieras pillar del cajón de tu madre mezclada con alcohol. Era la época de El Garaje. Todo eran Maxibamatos y Dexedrinas. Todo el mundo iba de anfetaminas. La gente no dormía, nos pasábamos días despiertos. Éramos máquinas, robots. Estábamos completamente locos, desde esnifar cola a cualquier barbaridad. Luego todo esto fue evolucionando y se fue refinando.
Con L’Odi empezamos a descargar toda nuestra rabia y esa fue la droga más bestia que podíamos encontrar. Así que empezamos a frenar. Si no, no sé dónde hubiéramos acabado
Con L’Odi empezamos a descargar toda nuestra rabia y esa fue la droga más bestia que podíamos encontrar. Así que empezamos a frenar. Si no, no sé dónde hubiéramos acabado. Seguíamos, como todo el mundo, haciendo apología de la bebida… Pero nosotros nunca hicimos apología de las drogas. Tenemos un tema que se llama “Speed” que no es un tema en contra ni a favor, era una manera de dar un toque. Que la gente haga lo que quiera con su cuerpo, pero hay que decirle lo que hay. Tú no te enteras, pero cada día le estás dando la pasta a un tío por un trozo de tu vida que estás perdiendo. A nosotros nos pasó y caímos. Cada vez que te metes estás acortando años de vida. Con el speed, en una semana puedes perder la mitad de tu peso. A todos los de L’Odi nos sentó muy mal. Llegamos a puntos extremos. Días sin parar, sin comer… Fatal. Y eso nos afectaba incluso a la hora de tocar.
Dieguillo, Poly y amigos en el Fantástico (Archivo Gos)
Yo tuve un episodio muy bestia relacionado con las drogas. Recuerdo que dimos un concierto en Barcelona y aquella noche no encontraba el momento de irme a casa porque estaba con los amigos de fiesta. Estuvimos en la plaza del Sol hasta las cuatro o las cinco de la madrugada y yo a las siete tenía que coger un tren para Vitoria porque teníamos que tocar en Euskadi. Finalmente cogí el tren en un estado deplorable. No pude dormir en todo el viaje y me planté en Vitoria por la tarde. Me vino a buscar a la estación el Dieguillo y gente de Cicatriz. El rollo del vasco, ya se sabe: “Son las fiestas de Vitoria y vamos a muerte”. Supongo que en ese momento yo no sabía decir que no y nos pusimos a beber de bar en bar y el Dieguillo repartió tripis para todos. Al cabo de no sé cuanto tiempo (todo esto me lo han explicado), empecé a hablar en idiomas que nadie conocía, a meterme con la gente por la calle, a ponerme a correr como un loco donde no se podía apenas correr porque eran las fiestas y estaba petado de peña… Hubo gente que me vio gritando cosas que nadie entendía, encarándome con la gente. Se ve que intentaron pararme en más de una ocasión, pero no pudieron. Total, que acabé corriendo por Vitoria con cosas que le iba quitando a la gente como un tambor de los Blusa, que son como una banda de folklóricos vascos que salen a tocar en las fiestas. Ya me ves a mí corriendo con toda la banda de Blusa detrás… Me querían matar. Al final intervino la policía para protegerme. Vieron claramente que si me pillaban me iban a matar. Me detuvieron y opuse una resistencia fuera de lo normal. Destrocé el coche, le
arranqué uno de los retrovisores, peté una de las cristaleras, abollé la puerta… Hasta que consiguieron reducirme. Me esposaron por delante en vez de por detrás y me metieron en el coche. Le metí una ostia al conductor y le hice una brecha en la cara de once puntos. El policía me vino a ver al día siguiente al calabozo. El tío no se creía que era yo. Yo me lo he de creer porque he visto fotos y me lo han explicado gente que son mis amigos, porque si no nunca me hubiera creído una cosa así de mí. Salió un artículo en el diario y todo: “Punki
de L’Odi Social rompe coche de la policía en Euskadi”. Evidentemente, L’Odi no tocó. Yo estaba en un calabozo de Vitoria desde donde curiosamente se podía escuchar el concierto desde la ventana. Me tuvieron tres días allí y sin pensárselo me enviaron a una prisión de alta seguridad con la intención de aplicarme la ley antiterrorista. No sé cómo fue, porque estuve casi tres días para conseguir un boli y un papel; escribí una carta al juez y me acabaron liberando. Supongo que debí convencerle. Tuve un juicio y me absolvieron. Tenía un montón de denuncias y se ve que las retiraron todas, incluso la del policía al que le abrí la brecha en la cara. Tuve muchísima suerte.
Visitábamos Euskadi continuamente. Un verano volviendo de Vitoria con el Dieguillo me pasó una cosa que marcó un antes y un después en mi vida y en la historia de L’Odi. Llegamos en tren a Barcelona y pillamos el metro para ir a Gràcia. Paramos en Fontana y empezamos a bajar por Major de Gràcia. De repente fuimos atacados por unos skins nazis. Al Dieguillo lo reconocieron rápidamente, ya que había pasado muchas temporadas viviendo en Barcelona y era bastante popular. Creo que a mí me debieron confundir con el Roger de Skatalà. Para el caso, es lo mismo: éramos el tipo de gente que buscaban para perpetrar sus ataques. Seguro que cuando se enteró debió pensar: “¡Hostia,
tío, pensaba que era uno de Skatalà pero era de L’Odi Social! ¡Aún mejor!”. Básicamente nos asaltaron por la calle y la única cosa que nos dijeron fue: “¿Tú eres el Dieguillo?”. Me encasillaron en una puerta y no pude hacer nada. La puerta era como yo, no pude ni moverme ni esquivarlo. Me rajaron. Estuve tres meses de baja, un mes y medio en el hospital. Cambié totalmente. Es curioso, porque en el hospital recibí montones de visitas, incluso de gente a la que no conocía de nada. Durante semanas varios coches con peña armada estuvieron
rastreando la ciudad buscando a los skins que me atacaron. Era una sensación de comunidad brutal. Los pillaron en un bar de yayus de Gràcia. Llegaron a las manos, pero el que me apuñaló consiguió encerrarse en el lavabo del bar para evitar que lo lincharan. Se debió pasar allí toda la noche. Meses más tarde, un grupo de skins bastante numeroso se presentó en un concierto (creo que fue el de Scream en el Centro Cívico del Raval) buscándome. El tío quería pedirme perdón para que retirara la denuncia y así no tuviera que ir a juicio. Se había apuntado a la Legión para escabullirse temporalmente del juicio, pero sabía que al volver tendría que enfrentarse a él igualmente. Recuerdo que pasamos bastante miedo porque eran un montón e iban armados con palos. Al final me localizó y me dijo que me apuñaló por error, que buscaba a uno de Skatalà. Le dije que no tenía por qué hablar con él y que no me interesaba para nada lo que me tuviera que decir. Estaban muy excitados. Lo pasamos fatal. Finalmente acabó celebrándose el juicio. Se presentó vestido de traje y con pelo, con la raya a un lado, muy modosito. Lo acompañaban un par de monjas. Era surrealista. Yo pensaba: “¿Esto es real o qué?”. Vinieron las dos monjas a avasallarme para que lo perdonara. Hice la declaración y me largué. El tío no era nadie. Empezó a hacerse famoso y a estar entre los cabecillas de los skins nazis a partir de mi agresión.
Un verano volviendo de Vitoria con el Dieguillo me pasó una cosa que marcó un antes y un después en mi vida y en la historia de L’Odi. Llegamos en tren a Barcelona y pillamos el metro para ir a Gràcia. Paramos en Fontana y empezamos a bajar por Major de Gràcia. De repente fuimos atacados por unos skins nazis
Después de todo ese episodio salí con otra energía. Dejé de beber y empecé a cuidarme. La energía que requería L’Odi yo ya no podía darla. Bebíamos tanto y nos metíamos tanta mierda que era fatal. Creo que he sido una muy buena influencia en L’Odi porque esto también afectó a los demás y aunque en L’Odi nadie se corta menos yo, hubo un cambio de actitud. Empezamos a hacer un montón de temas, todo sonaba más hardcore, se notó hasta musicalmente. Estábamos más vivos, más activos. Al año siguiente nos largamos durante meses a una masía para hacer temas, para tocar. No teníamos ni un puto duro, pero nos daba igual, en Mas Palou nos buscábamos la vida. La masía tenía unas viñas que nadie cuidaba porque era una casa de colonias. Estuvimos viviendo de las uvas un mes. Cajas y cajas de uvas en la nevera, pasándolas por la licuadora. Luego robábamos en algún huerto y alguna cosa así, pero todo se iba agotando. Acabábamos bajando a Roses y saltando en algún que otro almacén de bebida. Robábamos alguna caja para nosotros, vino, cerveza y luego cajas con envases vacíos. Nos íbamos a otro almacén de la misma empresa y les vendíamos sus propios envases, los envases que les robábamos. Estuvimos meses sobreviviendo así. El disco se llamó Esventats porque hubo un mes seguido de tramontana y nos rayamos bastante. Nos estábamos empezando a volver locos.
Fotografía de portada: Un jovencísimo Saina mordiendo la guitarra (Archivo Gos)
Extraído de Harto de todo: Historia oral del punk en la ciudad de Barcelona 1979-1987 de VV. AA. (BCore, 2011)
Al habla Enric Canal “Saina”. Nacido en 1966. Barrio de Gràcia (Barcelona)