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¿Ha visto usted mis tatus? No… ¡pero me gustaría verlos! (Parte I)

Cuenta el escritor Jonathan Lethem que el único tatuaje que lleva se lo hizo por presión social. El día anterior, su hermana y su novia se habían ido a tatuar y de alguna manera él se vió forzado a hacer lo propio. Y, dado el caso, qué mejor que hacerse la portada de su libro favorito por aquel entonces: Ubik, de Philip K. Dick. Así, por impulso, Lethem terminó con el aerosol de Ubik (para ser sinceros uno bastante descolorido, pequeñajo y feúcho) tatuado en el bíceps izquierdo para toda la vida.
Algo así me pasó a mí. Tenía veintipocos años y vivía por vez primera en la gran ciudad, compartiendo piso con el cantante de uno de mis grupos favoritos. El cantante llegó un dia a casa luciendo tatuaje: las cuatro efes (frisch, fromm, fröhlich, frei) que usaban Jawbreaker como logo. Por mi parte, a pesar de (o quizás “gracias a”) haber convivido durante años con una panda de skinheads en mi pueblo natal, sus tatuajes de botas Martens pisando la luna, magos, tigres y logos de Madness nunca me habían hecho cogerle ganas a lo de pintarme de manera indeleble la piel. Pero en el caso del cantante fue diferente. ¡Qué tatuaje tan molón! ¡Qué sobrio y delicado diseño! La envidia sana me corroía y el estudio de tatuajes que estaba a dos calles de mi casa me llamaba a gritos: “Veeen, veeen”. De un día para otro, y a falta de otro diseño que llevarme al brazo, me saqué de la chistera una especie de brazalete en forma de relámpago, dibujado con un programa de dibujo vectorial, y corrí raudo y veloz a plasmarlo en mi cuerpo para toda la eternidad. Vale, no era el diseño más precioso del mundo (lo hice literalmente en cinco minutos) y esa decisión claramente precipitada dió como resultado el tatuaje posiblemente más feo que tengo, pero que abrió la puerta a otros a los que tengo gran cariño. A partir de ese día me he ido tatuando más o menos regularmente, adquiriendo souvenir tras souvenir de sitios y/o experiencias por los que he pasado. Mi opinión sobre los tatuajes no es fija, hay días en que unos me gustan más que otros, días en que al revés, y otros en los que me los borraría todos.
Si hubiera escrito este artículo hace 20 años ahora tocaría reivindicar esta expresión cultural marginal hablando de los prejuicios asociados a los tatuajes: que es una práctica que se remonta a los albores de la civilización, que no solo los llevan los presidiarios, que si patatín, que si patatán… Hoy día, sin embargo, en que todos los tronistas van blindados a tribales y frases de Paulo Coelho hasta la epiglotis, y en que podemos leer artículos sobre tatuajes hasta en Telva y El País de las Tentaciones, el enfoque tiene que ser otro. Reivindicar los tatuajes ahora sería demasiado fácil: no puedes romantizar una cosa cuando el 80% de los mal llamados hipsters y el 50% de futbolistas millonarios del mundo los llevan. Y hacerlo pasar como algo maldito tampoco cuela ya. Lo jodido era cuando llevar el tatuaje equivocado en una prisión rusa implicaba convertirte en meretriz de toda la galería. Ahora puede que no esté normalizado del todo (no te darán un trabajo de oficina o de comercial de Tecnocasa si llevas una “A” anarquista tatuada en el entrecejo) pero si quieres ser camarero en un lugar ‘hip’ lo tienes todo de cara.
Sin embargo me da igual, me gustan los tatuajes y quiero romper una lanza a favor de los tatuajes con significados chulos, ya que no es lo mismo el atrapasueños de Sergio Ramos o el tatuaje con faltas de ortografía de Kiko Rivera que los puntitos en los nudillos de George Orwell, el “How do you like your blue eyed boy, Mr. Death?” de Harry Crews o el “Search & Destroy” de Henry Rollins. ¿Qué? ¿Que por qué unos tatuajes son reivindicables y otros no? Pues porque, en una pirueta auto justificadora que me acabo de sacar del bolsillo, unos son exhibidos por gente única, creativa, especial e inspiradora y los otros por unos garrulos superficiales enamorados de sí mismos que no saben hacer la “o” con un canuto, por eso mismo. Sí, me contradigo, es verdad. Sí que quiero reivindicar los tatuajes, pero como expresión subcultural y contracultural, y también por su componente autobiográfico (incluídos los errores y fiascos fruto de la inocencia o del desparrame etílico), más allá de su componente estético, y en oposición a las mierdas pseudo filosóficas de postín, las frases motivadoras, las fechas de boda en números romanos o los nombres de los hijos en élfico. En resumen, los tatuajes de gente que me gusta en contraposición a los de los iletrados que salen todo el día en la tele. Ese es mi criterio de mierda, pero no tengo otro.
Así, he preguntado a ciertas personas por qué decidieron empezar a ilustrar de manera permanente su piel y qué piensan de ello hoy en día. Son gente del más variado pelaje: músicos, camareros, tatuadores, escritores, ilustradores y otras precarias malas hierbas, unidos por una pasión común, aquella que hace no muchos años te colocaba directa y voluntariamente del lado de los marginados. Esto era lo bonito, y quizás sea el peor aspecto derivado del hecho que el tatuaje esté ahora socialmente más aceptado: que ya no es una cosa de inadaptados culturales ni una consigna entre gente afín que estaba en contra o, como mínimo, apartada de alguna manera del sistema (un ejemplo: el omnipresente logo de Black Flag durante los 80 como santo-y-seña entre punk-rockers). El hecho de que actualmente tatuarse esté de moda y sea un complemento más (como unos calzoncillos de Calvin Klein) no deja de ser un reflejo de los peores aspectos (liderazgo, competitividad, egocentrismo) de nuestra sociedad, cuyo ejemplo más claro sería el imbécil de Josef Ajram: empresario, broker, neoliberal, facha, ultradeportista…  y tatuado hasta las cejas.
En fin, no nos hagamos mala sangre por el hecho de compartir esta pasión con algunos de los cretinos más grandes del planeta: es propio de la sociedad capitalista asimilar por defecto hasta las expresiones más genuinas de la disidencia y el desprecio por lo establecido. Nosotros a lo nuestro, ya se sabe que incluso un reloj estropeado marca la hora oficial dos veces al día.


 

Miqui Puig

Cantando sobre el amor desde 1968
¿Cuántos tatuajes llevas?
Seis tatuajes seis. Todos con una historia detrás que supongo debe ser lo que te interesa. Una corona, el logo de LAV records, Audrey, un corazón, la leyenda Keep The Faith entre laureles y smiles, y una moto.
¿Cuál fue el primer tatuaje que te hiciste? ¿Cuándo? ¿Todavía te gusta?
El primer tatuaje que me hice fué en 1996, un corazón diseñado por Txarly Brown para Los Sencillos. Era el corazón del Dr. Amor. Una novia que trabajaba de camarera en un club de acid-house me llevó con un amigo suyo “cantamañanas” de origen ítalo-argentino, que me “perpetró” el tatuaje más feo de la historia. Pero era simbólico al máximo: dos miembros originales de Los Sencillos acababan de dejar la banda y quería (vaya tontería) reafirmar algo. Esa tarde, martes de carnaval, nevó en mi pueblo.
De todos los tatuajes que llevas, ¿Cuál es tu favorito? ¿Por qué?
El favorito debe ser siempre el último. Ése es el que marca tu momento. Luego a los otros los olvidas un poco como se olvida a un hijo mayor. Hasta que alguien de fuera no te recuerda lo mono que es, no le haces caso, y es entonces cuando vuelve a ti el significado . El último es el plano técnico de una Bultaco Streaker de 1979. Una de mis obsesiones desde niño.

¿Cuál te trae mejores recuerdos? ¿Y peores?
Todos tienen cara A y cara B. Anécdotas y vida. Uno me lo hice en Parla en un cumpleaños en el exilio, en un barrio donde nadie quisiera perderse de noche. Otro con el nombre de Audrey Hepburn pero sabiendo que era otro nombre el que querías poner y por suerte no hiciste. El feo del corazón, de un rojo helado Dracula que da pena. Y el de la moto que justo despues de hacérmelo me llevó a un “achaque” de salud. Todos tienen su qué, les quiero por igual.
¿Cuál es el tatuaje más chungo que llevas o el que menos te gusta? ¿Te avergüenzas de él?
¿Ha quedado claro que es el corazón, no? Pero puede que hasta lo quiera más.
¿Te vas a seguir tatuando? ¿Por qué?
Quiero, y siempre se van acumulando las ideas. Porque en mi caso cada uno de ellos es esa muesca vital que me hace como soy, como nos hacen crecer los fracasos y el orgullo de tener fetiches en la forma que sea. Al menos los tatuajes no son como esa sudadera favorita que un día tu pareja decide se debe tirar por un motivo de salubridad. Ellos siempre se quedan, y tengo la mania de ensalivarlos, manía que un día leí en una novela alguien hacía también y me emocionó.
¿Qué sentido tienen los tatuajes para ti hoy en día, en que el hecho de llevarlos está un poco más normalizado?
Son como un letrero de “alto voltaje” en una torre de electricidad: el anuncio de que lo que va detrás. Un simbolismo para reconocernos entre nosotros y esa condescendencia ante los que no nos gustan.
 

Fanny Martínez Gornés

Coruñesa afincada en Madrid que echa cada vez más de menos el mar. Sobrevive como dependienta en Malasaña y aprendiendo el oficio de producción currando en el Festival Sound Isidro
¿Cuánto tatuajes llevas?
De momento quince, y subiendo.
¿Cuál fue el primer tatuaje que te hiciste? ¿Cuándo? ¿Todavía te gusta?
El primero fue mi inicial, una F pequeñita en la muñeca. Me la hizo con un aguja de coser y tinta china mi amiga Laura hace ya 12 años. Y sí, me sigue flipando.
De todos los tatuajes que llevas,¿cuál es tu favorito? ¿Por qué?
Creo que es Max, el protagonista del cuento Where the Wild Things Are. Fue el segundo y me acuerdo perfectamente de ese momento.  Además me lo hizo también a mano Laura (la arriba nombrada)
¿Cuál te trae mejores recuerdos? ¿Y peores?
Mejores casi todos, algunos han sido muy pensados y otros se me ocurrieron momentos antes de tatuarme, pero siempre relaciono con cosas buenas de mi vida. Hay uno que me trae un recuerdo un poco agridulce, pero cada vez lo llevo mejor.

¿Cuál es el tatuaje más chungo que llevas o el que menos te gusta? ¿Te avergüenzas de él?
Un monigote que me hizo un colega a hand poked que no clavó guay y la tinta se corrió un poco. No es el que menos me gusta,pero es el más chunguillo por cómo está hecho, aún así me hace mogollón de gracia.
¿Te vas a seguir tatuando? ¿Por qué?
De momento sí, pero con cabeza. Nunca me haré cosas muy llamativas o en lugares peliagudos, pero siempre cuanta más tinta mejor.
¿Qué sentido tienen los tatuajes para ti hoy en día, en que el hecho de llevarlos está un poco más normalizado?
Pues estético ante todo, pero también sirven de recordatorio de momentos, lugares, personas y canciones que quiero que vayan conmigo siempre. Y sí, más normalizado está, sobre todo en ciudades grandes, que están acostumbrados y los lleva todo el mundo; en pequeñas aún miran de reojo y casi sin fiarse.
 

Elías Martínez Viejo (Amstrad)

Llevo un montón de años viviendo en Barcelona, perdiendo el tiempo y metiéndome en líos de diversas maneras. Ahora me dedico a criar a mi hija, a poner copas, y a fracasar, así en general. A veces escribo, traduzco o dibujo cosas por ahí y últimamente me ha dado por hacer un poco de ruido porque supongo que todos tenemos a un pequeño músico egomaníaco y drogadicto dentro. Siempre con una sonrisa en la cara, por supuesto, soy buen chaval. Creo que es pertinente comentar aquí que el 90% de mis tatuajes han sido realizados por El Carlo.
¿Cuántos tatuajes llevas?
Unos cuantos, creo que eso de contarlos (o peor, contar las horas que has pasado tatuándote) sólo lo hace la gente que se tatúa delfines en peluquerías.
¿Cuál fue el primer tatuaje que te hiciste? ¿Cuándo? ¿Todavía te gusta?
Un tatuaje relativo al “Life.Love.Regret.” de Unbroken (New Age Recordings, 1994) que me hice en 2005. La verdad es que de aquella ni siquiera escuchaba demasiado ese disco ya, pero me parecía muy apropiado estrenarme a los 22 (oh, prodigio de sensata madurez)  con el tatuaje que me había querido hacer a los 16 años.
Todavía me gusta, sí. Pese a ser algo sobredramatizado y hortera como casi toda la escena hardcore de los 90 en la que está inspirado, fue realizado con gusto y pericia y aquí seguimos.
De todos los tatuajes que llevas, ¿Cuál es tu favorito? ¿Por qué?
No manejo absolutos, aunque algunos me gustan más que otros. Uno que me encanta, aunque le tengo un poco de manía por ser el que más veces he tenido que explicar a gente molesta y entrometida es un homenaje a la portada del 7” de Deep Wound, oficialmente la mejor portada de los años 80.
¿Cuál te trae mejores recuerdos? ¿Y peores?
Todo bien con todos.

¿Cuál es el tatuaje más chungo que llevas o el que menos te gusta? ¿Te avergüenzas de él?
Llevo un par autoinflingidos, que por suerte están en una zona poco visible y que en regímenes más implicados en la dignidad estética serían motivo de cárcel. Otro -que paso de describir- que la verdad es que no sé en qué estábamos pensando ninguno de los implicados. Y el peor de todos, un tatuaje alusivo a los sucesos de Montejurra que me hice tras perder una estúpida apuesta con un amigo. Hace tiempo que quiero taparlo o disimularlo de alguna manera pero entre una cosa y otra así se ha quedado.
Me avergüenzo un poco de todos estos pero bueno, la vida es un sendero de pesares, frustraciones, remordimientos y oportunidades perdidas, tampoco hay que ponerse dramático por un tatuaje carlista.
¿Te vas a seguir tatuando? ¿Por qué?
Tener un mínimo de gusto para hacerme tatuajes es una de las 3-4 cosas que hago bien en esta vida. Más me vale aprovechar. Además es una oportunidad de quedar con uno de mis mejores amigos y hablar sin interrupciones durante un buen rato mientras me hace sangrar dolorosamente, una prueba de fuego para cualquier amistad que se precie.
¿Qué sentido tienen los tatuajes para ti hoy en día, en que el hecho de llevarlos está un poco más normalizado?
Que llevar tatuajes este normalizado es como que lo esté el llevar pantalones vaqueros o que los modernos tísicos puedan llevar bomber sin temor a que se la robe alguien agrupado en grupo: irrelevante. Me parece muy bien poder ir como quieras sin que nadie te toque las narices (que lo harán igual, porque la gente es mierda, pero eso es otro tema). Pretender algún tipo de diferenciación social y ser el especialito del barrio en base a llevar tatuajes, pantalones de pana blancos o rastas verdes es absurdo.
El rollo este de añorar la época en que los tatuajes eran algo “rebelde” y “marginal” en un 90% de las veces sólo se lo oirás a tatuadores enfadados porque la profesión está saturada (comprensible, pero vaya…) o a gente que ni son “rebeldes” ni “marginales” ahora que van tatuados, ni lo hubieran sido hace 30 años. Es una señal de que las cosas están realmente mal en la vorágine capitalista postmoderna cuando baristas, community managers, “gestores culturales” y demás gente que come en food trucks se pone a añorar los viejos y asilvestrados tiempos de autenticidad desbocada. Tiempos durante los que, por cierto, habrían chupado hostias de la mano de gente auténtica y tatuada de forma habitual y continuada.  So it goes.
 


Uri Amat (Barcelona, 1973)
ull_URILleva pisando estos campos del Señor desde hace más de 40 años. Su larga “militancia” en el underground empieza en su pre-adolescencia, cuando empieza a editar fanzines con su hermano mayor bajo los nombres más estrafalarios: Rowed Out!, Hangover y La Escuela Moderna son algunos de ellos. También ha estado implicado en otras publicaciones en las que, incomprensiblemente, le han dejado colaborar: la revista de tendencias AB, el fanzine Absolut de BCore y su posterior encarnación digital o el blog Gent Normal, entre otros. Nunca le han pagado ni un céntimo por ninguno de sus artículos o entrevistas. Pero como decimos en catalán: “ací caic, allà m’alço”. Actualmente se dedica, cuando sus retoños se lo permiten, a ir a trabajar en bicicleta, visitar bibliotecas y beber en bares de viejos. Éstas (bicis, bares y bibliotecas) son las tres “B” básicas de la ciudad utópica fourierista en la que ingenuamente cree vivir hoy en día, mientras a su alrededor todo se derrumba.

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