Hotel Florida - BCore Disc
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Hotel Florida

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Yo no sé si tú, que lees esto, eres una persona convencional o qué demonios significa eso. Tampoco sé tu nombre, ni tus filias, ni mucho menos conozco tu tendencia política, o sea, si prefieres los besitos en el cuello, las flores en la cama, arriba o abajo, lavabo o bidé. No tengo ni un indicio acerca de tus inquietudes u oficios, menos aún de la música que te emociona. No sé si te gustas. O si eres feliz. Hotel Florida es un disco seductor y atrevido, como el ojo de una cerradura. Nadie está obligado ya a inventar el pop. Por eso, cuando uno decide emprender un camino que sólo él/ella puede transitar, que es el suyo, que supone abandonar la red de seguridad del lugar común, del común denominador, para jugar con un universo íntimo, sólo puede pasar que resulte ridículo o único. Yo sospecho que este señor, Ricardo Vicente, es único. Que no es cantante, ni quiere serlo. Que su obra no es tanto una producción comercial como una purga. Hotel Florida muestra pocos estribillos. La vida no está sujeta a estructuras preconcebidas. Todos tenemos nuestras miserias, me dijo alguien alguna vez. También, todos hemos sentido destellos de gloria. Pero las cosas llegan como llegan. La prosodia folk rock de Bob Dylan no respetaba más arquitectura que la narrativa; lo formal era importante, pero secundario. Aquí ocurre algo parecido. Hotel Florida progresa, a veces, en círculos, también como la vida misma. El viaje comienza con Belleza y miedo y termina con Belleza y tiempo; canciones mellizas con lecturas bien distintas. La primera entra con la voz cómplice y linda de Zahara y un arpegio de guitarra, porque tampoco necesitamos más; la última, con Ricardo Vicente (ya solo) cantando sobre miradas, frío y llantos en un lugar del sur. Hotel Florida es, en concepto, el moleskine abierto de un escritor fuera de sitio. Un corresponsal de guerra cuando la guerra va por dentro. Un amor puro e inmerecido. Una crisis de valor en ese hotel madrileño desde el que antaño, cuando caían las bombas, enviaban sus brillantes reportes Ernest Hemingway y su amada Martha Gellhorn. Allí, en la plaza de Callao, donde luego levantaron El Corte Inglés. A falta de cajones o etiquetas formales, podemos encontrar en Ricardo Vicente músicas animosas junto a otras que no pueden serlo, todas más o menos cercanas a eso que podríamos llamar pop alternativo, que si un coro, que si una guitarra surfera, un acorde que lleva a otro, un crescendo, un drama. Y otros referentes impepinables, marca de la casa: giros melódicos descendentes, tristes; inseguridad y conflicto interno; frustración; y recursos poéticos, o literarios, a veces flipados, inusitados en el circuito pop. Versos lúcidos de perdedor que, justamente por intransferibles, robar quisiera uno para sí.

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